Cuando yo era niño, pensaba que en el futuro todo el Planeta iba a estar cubierto de vidrio, hormigón y aluminio. Estaba seguro de que el Ford modelo 60 iba a volar y se iba a parecer al Batimovil. Los coches iban a entrar a los edificios por las ventanas. Todo lo que hacía la ciencia era para bien y los errores que cometiera los iba a arreglar todos.

La Revolución Cubana vino a decirnos que la historia no es una fábula si no una experiencia, y que la pedemos escribir los muchachos de cualquier país. Mi corazón se dividió entre la aspiración de progreso y la de justicia. En los años 70 la Crisis del Petróleo nos avisó que había límites, que aquel Planeta de hormigón no era posible. La amenaza del olocausto Nuclear nos hizo pensar que la ciencia no podía arreglar todo, ni el holocausto ni muchas otras cosas.

Se fue apagando el espejismo del Mundo Moderno y en el pensamiento colectivo sopló una nueva brisa, algo así como esto: Existe en la naturaleza más variables que las que conoce la ciencia, cualquier cambio puede traer consecuencias no previstas y actuar sobre las consecuencias puede ser peor.

El golpe de gracia, lo vino a dar el accidente de Chernovil. Este tubo gran repercusión, no porque le sucedió a los comunistas ni por que fuera el peor accidente. Allí sucedió algo inquietante: por primera ves, pasó algo que según los libros de todo el Mundo; no podía pasar nunca. Si pasó una ves puede pasar otras veces, y en cualquier ámbito, ni qué hablar de la Naturaleza.

Hoy todavía se ve el Pensamiento Moderno. Cuando se concibe el desarrollo como la llegada de grandes capitales, cuando se cierran ferrocarriles y se abren autopistas, cuando se resuelve todo comprando aparatos que gastan energía, cuando se hacen plazas de hormigón.

La gente postmoderna gusta de rodearse de vegetación, de hacer su comida, amasar su pan, Entiende la satisfacción de trabajar y los hace por placer, no para hacerse rico.

La des-masificación cultural que describiera Alvin Tofler, el auge actual del trabajo voluntario, la proliferación de ONGs dedicadas a actividades solidarias (ya superan las 120.000 en el País) van configurando una sociedad y un sistema económico nuevo.

Parece que estuviéramos frente a una encrucijada, obligados a elegir entre progreso contaminante y naturaleza con atraso, entre confort y bienestar, entre violencia económica y solidaridad.

Eso se debe a que todavía no hay una tecnología postmoderna al servicio de las personas, que permita vivir, viajar y producir sin contaminar, que sirva de apoyo a emprendimientos barriales solidarios y a las nuevas motivaciones de la gente. Una tecnología destinada a permitir que la especie humana pueda vivir sin trabajar de esa manera que conocemos.

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